20.10.06

¿ CóMO EVITAR LOS DUTY FREE ?


La rutina es siempre la misma. Te metes la mano a los bolsillos y te das cuenta de que sobran billetes y monedas. Es entonces cuando asalta la pregunta que desata la tan breve como intensa compulsión. ¿Qué diablos hago con esto?, dices, mientras miras dólares o euros. ¡Como si dólares y euros fueran papeles arrugados, simple basura que es necesario eliminar!

Es entonces, lo sabes, cuando comienzas a gastar. A comprar como si acabaras de llegar al mall perfecto. No me digan que no. Uno en un duty free se transforma en otra persona: un sofisticado consumidor que de un segundo a otro (vaya uno a saber por qué) necesita cigarros Montecristo, zapatos GeoX o whisky Glenmorangie. Das dos, tres pasos, de pronto te ves en un espejo y sientes que necesitas un bronceador mucho más potente, nuevos lentes para el sol. Nunca comes turrón, pero justo ahí te da por comer turrón. En casa con suerte comes paté La Preferida, pero de un segundo a otro te da con llevar paté al oporto.

Es que en los duty free, inevitablemente, terminas comportándote como si fueras jefe de adquisiciones del Ejército.

¿Necesitas lápices? Una caja de lápices.

¿Calzoncillos? Una caja de calzoncillos.

¿Y después qué?

Ni siquiera has terminado de desempacar cuando te das cuenta de que necesitarías el doble de amigos para acabar con la botella de Glenfiddich que compraste en el último viaje a Cancún. O que el cajón del escritorio está repleto de puros y puritos para los cuales necesitarías un par extra de pulmones.

Siempre me lo termino preguntando: ¿cómo diablos evitar los duty free? Claro que para qué también.

La única gente verdaderamente sofisticada que conozco es aquella que tiene mucho duty free en el cuerpo. No me digan que no: la gente viajada no es mejor ni peor, pero huele distinto. Vas, por ejemplo, a un viaje de negocios. Estás fuera tres, cuatro días. La agenda no te permitió hacer nada. Regresas. Aeropuerto de Santiago, aún duermes. Entonces viene el caldo de cabeza: ¡chuta, no le compré nada a mi mujer! Ah, bueno, no importa: para eso está Aldeasa y la súperhipermega tarjeta de crédito con puntos acumulables: mientras más compras, más viajas.

Son pocos los lugares donde puedes darte cuenta de si amas o no a alguien: los duty free lideran la lista.

¿Puedes recordarlo?

Una alarma suena en tu interior. Pero no le haces caso. Y, pese a que hueles el peligro, cinco segundos después estás comprando Amor, Amor de Cacharel. Total la gorda lo va a querer igual para la Pascua y aquí está más barato, piensas. Pero, está claro, ya sea que vienes llegando o te vas yendo, siempre estás medio dormido. No eres tú, es alguien, un ente con jetlag, pero igual dices: bueno, ya que estoy aquí, este otro perfume para la mamá, un cartón de cigarros para el primo, chocolates para la nana.

¿Qué hacer? ¿Qué no hacer?

Una querida amiga, muy viajada, tenía la siguiente costumbre: antes de viajar iba a Patronato o a algún supermercado y compraba todos los regalos antes de partir al aeropuerto. Podríamos decir que mi amiga se apertrechaba y bajo la cama acumulaba juguetes, licores, cremas, perfumes. Luego (fui testigo) pasaba como una asceta ante el duty free más seductor. Y después engañaba a todo el mundo obsequiándoles las cosas que había comprado en Santiago: todo más barato y, mejor aún, más racional.

Pese a que los duty free son todos iguales, en este mundo globalizado son lo único verdaderamente "internacional" que va quedando.

Crees que ahorras, pero no: sólo gastas.

Quieres deshacerte de las últimas monedas, pero vaya que suman los últimos peniques.

Pero están ahí: pulcros, bien iluminados, atrayentes, seductores. Igual no es menor que, a menos que quieras una polera Lacoste de quinientos dólares, en realidad no hay mucho que comprar.

¿Pero qué? ¿Qué hacer?

¿Cruzar Policía Internacional lo más cerca posible de la hora del embarque?

¿Dormirse antes de que pase la aeromoza?

¿Dejar de viajar?

A propósito: ¿vieron lo barato que están los relojes en el aeropuerto de Santiago?

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