10.8.08

CHILENO DE CORAZON


Lo vimos, lo vivimos, en vivo y en directo: Patricio Almonacid escapado, fugado por horas, haciéndonos recordar los mejores tiempos de Lobito Vera o Richard Tormen, eso cuando el ciclismo –y la Vuelta a Chile– era una gesta y una fiesta, pero también un espectáculo. Luego nos impactaron menos sus declaraciones: su suicidio deportivo no había tenido otro sentido que acaparar la atención de la media y, corolario, el día de mañana conseguir algún auspiciador. El punto es que el esfuerzo de Almonacid se prolongó y prolongó y su corazón (su tremendo corazón) aún seguía latiendo cuando quienes presenciábamos su hazaña no podíamos sino pensar, angustiados frente a la tele, que este chileno loco en cualquier minuto iba a reventar. Hasta que reventó.

Apenas unas horas después nos enterábamos de más detalles de la que, sin duda, será una de las grandes gestas chilenas en Beijing; por ejemplo que este flaco corajudo tenía sólo dos auspiciadores para viajar a China: una empresa de hormigón y una de buses que, en suma, le habían reportado algo así como 300 lucas, ni siquiera un quinto de lo que cuesta una de esas bicis de mall. Para qué hablar de lo que significa su entrenamiento deportivo de alto rendimiento, para el cual recibe unas 150 lucas. Y eso sólo hace dos meses.

Cierto, en China, Patricio Almonacid se transformó en una paleta publicitaria humana, con un único aunque larguísimo mensaje: soy chileno, soy choro, soy pobre y puedo hacer esto y mucho más. Eso pese a que en mi país no me conoce nadie. Y a todo el mundo le importa un pepino el ciclismo, sólo los jurgolistas, aunque sean pencas y se vanaglorien de sus minocas rubias. Pero para ellos sí hay tiempo en la tele (y, por ende, auspicios) y, por supuesto, periodistas "deportivos" que en verdad no tenían ni idea de que yo existía, pero ahí estaban, gritando por Chile, alabando el esfuerzo, cuando el resto del año sólo hablan de pelotas, entrenadores y minocas.

No aflojaré en la majadería: la mala salud del deporte nacional no es de exclusiva responsabilidad del Estado y de los posibles patrocinadores que, al menos a este nivel, brillan por su ausencia, sino también de la TV que los condena al peor de los ostracismos: la ignorancia, la poca bola to you. Sucede siempre: hasta un partido de pimpón puede ser más entretenido que un mal capítulo de una pésima teleserie. Fue la gran lección de Almonacid, justo en estos días en que el suicidio parece ser el verdadero ser de la chilenidad: si no puedes contra ellos, tírate, arrójate, quémate, muérete. Grande, Almonacid. El último héroe de verdad.

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