6.5.06
PLACER CULPABLE
Tal como cuando te dejas caer en una peluquería, caí en la Feria del Disco con la intención de comprar algo que alegrara mi espíritu; algo nuevo, algo fresco, algo como para escuchar (y cambiar) durante al menos una semana. O unos días. O un rato.
Quería, en principio, algo oscuro, algo ondero, algo fluor-trancero, algo tipo trip-hop revisitado. O, por qué no, la última novedad de algún príncipe de la escena indi nacional. Algo tipo Gepe o qué se yo.
La cosa es que busqué y busqué y, diez minutos después, terminé con el disco de Coti entre las manos. Y, bueno, lo compré.
¿Un horror? Sí: un horror. Un placer culpable: ajá, un gran placer culpable. Tan culpable como extraño. Bastaron dos, tres pasos fuera de la tienda, para entender que, probablemente, jamás volvería a escuchar el disco que me acababan de envolver.
Ustedes tienen que conocerlo: se llama Coti (nadie puede llamarse Coti) y en algún canal de cable (¿Zona Latina?) repiten cada dos o tres minutos esa canción en la que el argentino-rosalino, hoy residente en España, canta a trío con Julieta Venegas y Paulina Rubio el gran mantra de los últimos años: Nada de esto fue un error (oh-oh-oh) el pegajoso single del disco "Esta mañana y otros cuentos".
¿Ya lo están visualizando?
Coti aparece en el escenario con su gran guitarrón y una chaqueta inmaculada. Ahí está también Julieta Venegas, aunque en un principio uno como que duda de si es Julieta. Pero sí, es Julieta. Julieta no en el lado B, sino en el A (Pop-A). Y, claro, Paulina Rubio también es Paulina Rubio. De hecho la fiera hace lo suyo y, con su vozarrón de perra en celo, le pone energía a una canción que fácilmente podría ser nada. Pero a fin de cuentas lo es todo. Es, al menos, un gran placer culpable.
Me explico. Escuchas la canción. Te das cuenta que la letra es una gran estupidez, un mal poema al servicio de una música ultra-mega-pegajosa. Y, sin saber cómo ni cuándo, estás metido justo en el centro del coro cantando, enfervorizado:
"aprendí la diferencia/entre el juego y el azar/Quien te mira y quien se entrega/Nada de esto fue un error... Repito: aprendí la diferencia/entre el juego y el azar/Quien te mira y quien se entrega/Nada de esto fue un error..." ¿? Plop.
Pero, claro, en verdad lo único importante es cuando llega el estribillo y entonces te imaginas en una van con los pocos amigos que te quedan, no sé, camino a la laguna de Aculeo, cantando a todo pulmón:
"tengo una mala noticia/no fue de casualidad/yo quería que no pasara/y tú y tú/lo dejaste pasar"
bla, bla, bla/bla, bla, bla. Atención... atención... Ya viene.
NADA DE ESTO FUE UN ERROR, OH, OH, OH. NADA DE ESTO FUE UN ERROR.
¿De qué diablos estamos hablando? ¿Qué error? Pero ¿importa? Por favor: da igual. Lo de Coti Corokin, el nuevo embajador de la trova-basura es simplemente encantador.
Coti encarna el regreso de una pesadilla que, finalmente, se agradece. Años atrás me había pasado lo mismo con Álvaro Henríquez. Me refiero a canciones tipo la espada y la pared/me atraviesa/y no al revés (¿es atraviesa o atraviesan?) O como cuando hacías girar para un lado y otro el casete de Silvio Rodríguez y, finalmente, te dabas cuenta que Silvio cantaba bonito, hacía música bonita pero, en rigor, buena parte de sus letras eran una espléndida porquería. Un magnánimo placer culpable.
Así es que bien por Coti. Bien por mí. Ya tengo su disco. Seguro que si lo pongo en un asado me lo van a pelar.
Y así. Los placeres culpables son de uno. Y si hay algún lugar donde suenan, ese lugar es la cabeza: la cabeza de uno y nadie más.
Oh, oh. No hay dolor. No hay error. Oh, oh.
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