4.11.05
EL INDICE DE FELICIDAD NACIONAL
Hace años que Eugenio Tironi estaba medio perdido. Hoy está perdido por completo.
Es lo que pienso tras leer una entrevista en la que Tironi asegura que ya no basta con saber cuál es el PIB, sino que además debemos evaluar algo así como el Índice de Felicidad Nacional. La idea, claro, en un principio parece simpaticona, chistosilla. Sin embargo, cuando le das una vuelta, revela lo que es en verdad: un pensamiento sorprendentemente totalitario, ridículo, pero más bien asqueroso, digno con suerte de un minuto de silencio en el segmento Grandes Pensadores de "CQC".
El punto de partida de Tironi es correcto: nos llenamos de híper-carreteras, el país crece y crece, tenemos acuerdos de libre comercio con, no sé, Mozambique, pero sumando y restando la gente no está muy feliz.
El fútbol chileno ya ni siquiera da pena, la farándula ya no divierte si es que no es vía escándalo. Nadie lo duda: la angustia cunde, pega, gana. El desasosiego es transversal. Hay billete pero ni siquiera los que tienen billete lo pasan muy bien. Y no necesitas votar por Tomás Hirsch para enterarte del diagnóstico. Chile se concesionó. Punto. Nunca tuvimos mucha alma, pero la vendimos igual. Punto. ¿Todo está perdido? Tal vez sí. Tal vez no. Todo depende. El punto es que hoy abundan las recetas, los consejos de farmacéutico trasnochado. Y es entonces cuando entra Tironi, después de Lamarca, y dice: la gente necesita ser feliz. Plop. ¿Qué es esto? ¿La campaña del No? ¿Otra vez la cantinela de que la alegría ya viene? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Cuándo por fin tengas pituto en el Fondart? ¿O cuando presentes un proyecto de televisión a la Corfo y, pese a que una vez ya no hiciste nada con el dinero, vuelvas a quedarte con un pedazo del sabroso pastel?
Creer en sueños comunes, dice Tironi. No al individualismo, insiste Tironi. Si lo hacemos, dice Eugenio, los chilenos no sólo tendremos más plata sino que, de paso, seremos más felices. Incluso, en cada reunión del Banco Mundial, podremos mostrar con orgullo que no sólo somos paltones, sino que además somos felizcotes.
Uf. Hay que volver a reencantarse, dice Tironi. Como si alguna vez hubiéramos estado encantados. ¿Cuándo? ¿Cuando sus libros eran best-sellers?
No sé a ustedes, pero a mí me pasa exactamente lo contrario de lo que le pasa a Tironi. Es decir, salgo de mi casa todos los días, tal como ustedes, me vendo un poco, mucho, más o menos (depende del día), tal como ustedes, aguanto la estupidez, peleo, transo un poco, poquito, mucho y me río como un idiota cada vez que me están perforando. Pero entonces llega la tarde y me pone feliz que ya luego volveré a casa. En verdad me basta sentarme en la 353 para sentir, saborear la felicidad. Ya queda poco, digo. Escucho el personal, me salto a los bolas-comentaristas de media tarde, y pienso que queda poco.
Ya en casa prendo la tele y me pone feliz saber que puedo apagar la tele. En ese minuto, sólo en ese minuto, cuando el silencio inunda la pieza y los diarios ya están en el suelo, es que pienso: ¿soy feliz? La respuesta es a veces sí. A veces no. ¿Qué más voy a pensar?
A veces como frutillas y digo: soy feliz. Carlos Pinto es un genio. Qué autoritario ha sido el gobierno de Lagos y qué malo que es Carlos Pinto.
Ahora bien, ¿qué diablos tiene que ver esto de la felicidad con el estado de las cosas en el país? ¿Acaso tengo que ser más feliz cuando todo el mundo llega a la meta en la Teletón? ¿O cuando se acaben los estelares? No sé, pero, a diferencia de Eugenio Tironi, yo pienso que la felicidad no se puede medir. Las cosas buenas no tienen rating. ¿Cómo se va a medir la felicidad? ¿Tras un buen chiste de Avello? ¿Con los comentarios a pie de página de Alejandro Guillier? ¿Qué es la felicidad? ¿Un índice?
Pucha, no me hagan reír, miren que últimamente, cada vez que me río, es símbolo inequívoco de que lo estoy pasando muy mal.
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