26.2.06

NOCHES DE FESTIVAL



Tengo la suerte, gracias a Dios, de conocer Chile desde Arica a Punta Arenas, de arriba abajo.

Muchas ciudades y pueblos de mi país los conocí en mi época de adolescencia, en los veranos.

He estado por lo mismo en cuanto festival de verano se puedan imaginar, desde el Festival del Lenguado en Queule, hasta el Festival de Rancheras en San Pedro de Pichasca, pasando por los múltiples festivales de la sandia, del choclo, del chorito, de la manzana, de la sierra, del poroto, del tomate, del jurel, de la arveja y de los burros de Freirína,. además de la semana Valdiviana y la Pampilla en Coquimbo.

El espectáculo es siempre el mismo.

Un escenario ideado por trasnochados tramoyistas obsesionados con la idea de hacer brillar el exiguo presupuesto municipal, una reina de generosas pechugas, un animador cantinflero y bueno para alabar el chauvinismo local y, claro, al menos un invitado de “renombre” internacional que en la costa de Mehuin, por ejemplo, fue un grupo tropical argentino que, pese al destemple de los instrumentos, termino causando estragos.

Así las cosas, cuando recorres el país cual Perico trepa por Chile, con todos los sentidos puestos en el vivo folclor que podrías encontrar ahí enfrente, cual alumno aventajado de Margot Loyola, grande Margot, el festival de Viña es solo el ruido, la bulla, la risotada de los vecinos que termina colándose por el patio trasero.

Ahora bien, quieraslo o no, de todo lo que pasa ahí atrás terminas enterándote a traves de los diarios, a veces muy buenos diarios, que tiene el encanto de ponerse amarillos un segundo antes de de que termines de leerlos.

Todos, eso sí, con el profesionalismo suficiente como para poner la fiesta del pueblo en primera plana. Y todo lo que pasa en Viña en segunda.

Primera lección: todo festival, por chico, modesto y piñufla que sea, aspira a ser “internacional”.

Eso es, de hecho, lo que a uno le queda tras escuchar al ronco animador del festival de corsos fluviales frente al rio Lingue, y entonces el hombre se retorcía frente al micrófono mientras decía que el pueblo estaba feliz porque las imágenes ( que solo captaba una vieja cámara de video 8 ) saldrían de ahí “al mundo entero”.

Segunda lección: todo festival, por pequeño que sea, tiene glamour.

Es el momento en que no solo se va a lucir la alcaldesa, también los carabineros del reten, los bomberos, los periodistas de la radio WWWWD40. Y todos, era que no, querrán lucir sus mejores ropas.

Tercera lección: traer a los artistas es siempre un gran esfuerzo.

Y, aunque sea un picante bailarín de Rojo, esa puede ser la diferencia entre un buen año y uno malo.Incluso entre una mala gestión municipal. Y una pésima.

Finalmente, puedo decir que, al menos en lo personal, queda una ultima y gran lección: el Festival de Viña no es muy distinto a cualquier festival de pueblo.

Puede que haya mas cámaras, mas periodistas de espectáculo, mas canapés, mas watts de potencia, pero en el fondo es lo mismo.

Ni mejor. Ni peor.

Que puedo decir.

Viña tiene festival. Es verdad. Pero Ñipas también. Y Coelemu. Y el Tabo. Y la Serena. Y Valdivia. Y Chonchi.

Ahora, pensándolo bien, tal vez una cosa si sea completamente diferente: en provincia, en regiones, en los pueblos chicos, tienen perfectamente claro que el festival no es otra cosa que un festival de verano: o sea un juego, un happening, una humorada que pese a todo el corazón y profesionalismo empeñado, no tiene otro objeto que entretener un rato a los turistas mientras gualetean, engordan y ensucian el mar con litros de bloqueador solar.

Mi duda es si en Viña lo saben.

¿ Sabrán que lo que pasa ahí no es tan, tan distinto a lo que pasa en Cumpeo ?

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