23.4.06
EL DISCRETO ENCANTO DE t.A.T.u
Lo reconozco: años atrás fui un fervoroso fan de Julia y Lena, las chicas lesbos (eso dicen) de t.A.T.u. Antes las encontraba sexies, sensuales; irresistiblemente irresistibles, pese (o gracias) a esa dulce oscuridad que, más temprano que tarde, terminaba iluminándolas.
Pero ha pasado el tiempo y, aparte de uno que otro calentón, ya no me provocan nada. Nada de nada. Más ahora que NO vienen.
Más ahora que, por segunda vez, cancelan su MALDITO show. Pero, bueno, qué tanto. Al diablo con ellas. Después de todo se estaban poniendo viejas. Y, sumando y restando, hay más erotismo en las "Cabras chicas gritonas" que en cualquier acercamiento de t.A.T.u. Cómo será.
¿Qué pasó? ¿Mucha guagua, mucho cuento con el mánager, mucho con la tontera de que son, pero no son? Puede ser.
¿Mucho marketing? Puede ser también. En verdad todo puede ser; incluido que hay algo que, definitivamente, se perdió. ¿Qué cosa? Supongo que la frescura, la espontaneidad. Y, junto con eso, el morbo, el misterio.
Pasa lo mismo que con Sharon Stone. ¿Qué importa lo estupenda que aún esté la rubia si, a la hora de acostarse con su más curvilínea amiga, no le crees nada? ¿Qué importa si hay shows mucho más reales en cualquier boite de Providencia o Vitacura?
Claro que eso no es todo. Hay más. Hasta hace muy poco el lesbianismo sí que estuvo en alza. Es más, fue todo un boom ondero-mediático-publicitario, al punto que malls, micros, diarios y revistas se llenaron de chicas que, claramente, lo pasaban mejor con otras chicas. Cuál de todas más linda. Cuál de todas más guapa. Cosa que, como bien lo saben las mujeres, a los hombres nos encanta, aunque de algún modo también nos intimida.
¿Fue por eso que la moda se acabó? ¿O al menos menguó? No sé.
¿Puedo hablar desde la experiencia? Tengo dos historias que contar.
Una vez fue en Punta del Este, Uruguay. Estaba de paseo y, una tarde de verano, conocí a dos chicas de Montreal. Dos chicas que estudiaban danza moderna; una igual a Raquel Welch a los 17. La otra igual a Juliette Lewis a los ¿18? Cuento corto: salimos, fuimos a la playa, vimos la puesta de sol, volvimos al hotel, la rubia se fue a bañar, la morena se cambió de ropa. Cielos, qué calor. Las chicas comenzaron a reír, a tocarse, a comentar lo guapo que les parecían los chilenos, eso hasta que Raquel dijo que tenían que correr al aeropuerto.
Chuta: es verdad. Pocas veces he llegado a ser tan infeliz.
Cuento dos. Llevaba un mes con polola nueva. Me gustaba la chica. Pensaba, incluso, presentársela a mamá. Pero algo pasó. Una noche la chica me pregunta si me gustan las películas eróticas: esas de chicas con chicas. Yo le digo este queee.. sí, que claaarooo ¿Y qué dice ella? A mí también. ¡A mí también! ¿Qué pasa entonces? Pasa que la pololita me confiesa que la estimulan más las mujeres que los hombres. Y que podríamos ir a la playa con tal o tal amiga; cuál de todas más bonita.
¿Cuento corto? Nunca la volví a ver.
¿Qué? ¿Soy un mamerto? Sin duda. Pero hay algo. Algo que tiene que ver con t.A.T.u. Una cosa es la opción sexual que, obviamente, cada cual tiene derecho a vivir y a disfrutar como se le plazca. Pero otra, muy distinta, es la extraña fantasía que puede llegar a estar en la cabeza de uno que otro hombre (broma: muchos hombres) y que se acaba en el preciso instante en que termina el show.
Y ése es el punto. Durante años el mercado - en pro de lo moderno, lo choro y lo ondero- ha explotado el lesbianismo como una gran fiesta a la que, supuestamente, estamos todos invitados. Pero no es verdad. Es una estafa. Es como creer que, algún día, Kike Morandé lo hará bien en su estelar. ¿Cómo? ¿Díganme cómo?
No viene t.A.T.u. Ay, qué pena.
¿Cuál era la idea? ¿Invitarlas a una kermesse en las Ursulinas?
¿No escuchaste bien? No viene t.A.T.u.
Ah no, ah. ¿Y cuándo vienen
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