6.10.05
CONSUMISMO EXISTENCIAL
Cuando estoy realmente mal lo único que se me ocurre es gastar plata.
Esta semana me compre dos discos originales, tres pirateados, un compacto Anagrama en la Ulises, un corte de pelo, tres tardes de cervezas con amigos de tintos, un tour de happy hours por Providencia, una tarjeta del Metro, dos cargas para el celular y pilas alcalinas para mi discman con mp3.
Ya no tengo excusas para dejar la plata en la billetera, “total estoy triste” me digo tratando de convencerme.
Lo único peor que estar triste es estarlo y no tener plata. Y no es que este nadando en billetes, solo sé donde botarlos sin que se acaben todos altiro, con quien y en que, no importa.
De lunes a miércoles veo películas, de jueves a sábado voy a bares y el domingo al Persa Biobio.
También volví a caminar por la ciudad, trechos largos como cuando era un chico existencialista y cubría toda la Costanera desde Manuel Montt hasta la Estación Mapocho con los audifonos puestos. Y a veces seguía, dependiendo del tranco que llevara y la cantidad de pena que tuviera dentro. Ahora, si no fuera por los hoyos que hay en todas partes y los desvíos que te llevan al mismo lugar dos y cien veces, lo haria hasta que me cayera de cansancio.
La gracia es no demostrar que uno esta mal, es dárselas de estrella, del tipo que invita los tragos y que si ve algo que le gusta, lo compra no mas.
Es mi nuevo estilo de tristeza, uno que no luce, que es aparatosa en cosas y no en gestos y que oculto con cuentas y avances en efectivo. Una pena que se explica con prestamos de fin de mes, que se posterga en incomodas cuotas mensuales que a la larga te van a recordar que estabas triste pero no por que ni por quien, lo que ya es algo.
También uno desarrolla la capacidad de no escuchar a la gente que esta frente a ti, es medio cruel porque terminas invitando a esos amigos perdidos en el tiempo que te hacen un recuerdo de vivencias que como no las compartiste no viene al caso guardarlas y no a los que te van a descubrir apenas llames al mesero.
Y por mas que gastes y gastes, en el fondo no guardas nada, porque estas triste y si no lo botas con lagrimas – porque ya estas grandecito para eso – las despilfarras, o las apilas en estantes o las metes a tu teléfono o que se yo.
Claro que la plata no es infinita y cuando más la necesitas es cuando menos te dura y te quedas con cara de nada viendo como el plazo de gracia se te achica junto con la billetera y haces un recuento de descubrimientos inútiles que sirven para demostrarte falsamente que tu cabeza puede funcionar en otra frecuencia distinta a la tristeza.
Cosas como que Massive Attack se repite, que el folk no era tan malo después de todo, que todas las mentiras son deseos, que compras diarios para no leerlos, que por mucho que te recortes el pelo no te va a salir con mas fuerza, que los pitchers no son la medida justa, que no hay nada mas que solo una bicicleta rota, que los mensajes de texto valen mas de cien, que desde que dejaste de comer carne sudas menos, que los vales del Metro no sirven de nada y que cuando la plata se termina vuelves en ti para acabar igual que al comienzo y te recuestas igual no mas en la cama y miras el techo durante horas y vuelves a sentir como si te hubieran sacado el interior con una cuchara.
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