21.7.06

¡CONSTANTINO MERECE SER MILLONARIO!



¿No lo conocía? Pues ya era hora: la hora de Constantino, el último en subirse al freakeado tren que, semana a semana, recorre las resecas sábanas de Faranduland.

¿Quién es Constantino?

Bueno... Constantino es... Es...

¿Quién es Constantino?

Mmm. Vamos por parte. Corrían los años noventa y en "Panoramix" - el programa de CHV que catapultó a la fama a Sergio Lagos- los mejores esfuerzos se concentran en hacer la peor TV. Y vaya que lo lograron. Todo ahí era absurdo, extraño, raro. Y a veces también chistoso. Sin embargo, el dinero escasea. Y conseguir talento no es tarea fácil. La cosa es que un buen día, tras un redondo almuerzo, caminaban por Inés Matte Urrejola Cristián Inostroza y Víctor Aguirre, productor y director, respectivamente.-

"¡¿Qué diablos es eso?!2, preguntó Aguirre, el Ed Wood chileno.-

"Es...", balbuceó Inostroza.Pero, antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo, Constantino, el mayor freak en la historia de la televisión chilena, se les queda mirando. Y nadie se atreve a decir nada.

¿Estrella? ¿Dije estrella? Bah: espérense.

La historia recién comienza.Aguirre, el director genio, sigue su camino. Pero de pronto se devuelve y pregunta: "perdone, amigo, ¿usted a qué se dedica?"

"Vengo a 'Cuánto vale el show"', dice Constantino. "Yo hago ruidos". "

¿Y no podrá hacer uno aquí?"

"Lo siento, debo cuidar mi garganta", tras lo cual deja su número de teléfono.

Días después, Constantino recibiría un llamado de Chilevisión. Para entonces Jorge Constantino era el hijo de un humilde micrero jubilado de Renca, según él un bombero. Las pinzas. Su verdadera gracia, aparte de la fealdad que lo mantenía virgen bien entrados los treinta, era el irreprimible deseo de ser famoso. Eso más una estúpida rutina de horrendas imitaciones en la que figuraban helicópteros, vacas, gallinas y, cómo no, carros bomba.

Constantino deja su carnet en portería. Lo hacen pasar. No sabía entonces lo lejos que llegaría. En verdad nadie lo sabía.

"Me gusta, contrátenlo", dicen que dijo Sergio Lagos en cuanto lo vio.

Semana a semana, Constantino - nombre artístico Constantini- repite los mismos ruidos. Y en seis meses lo único que inventa es el sonido de una tetera. Pese a eso se transforma en una persona querida; tanto que sus compañeros de trabajo, cansados de su mal olor, le compran un calefont. Sin embargo, en el canal no estaban contentos con su limítrofe estupidez. Y deciden despedirlo para subir el nivel. Constantino ha caído en el vacío. Y, tal como Cristo, desaparece. Aunque no tanto porque, de tanto en tanto, es motivo de mofa en cuanto programa existe. Primero en "Morandé con Compañía". Luego aquí. Después allá. Constantino se ha convertido en el gran freak de la televisión. Y, finalmente, comienza a hacer rutinas de no-humor en "REC". Y en eso estaba hasta que Leo Caprile decide defenderlo en el primer capítulo de "¿Quién merece ser millonario?" Y, claro, ustedes ya estarán imaginando el fin. Leo gana. ¡Y le otorga a Constantino doce millones de pesos!

¡Doce millones! Eso más el corazón de Don Francis, quien estaría interesado en llevarlo a Miami para operarle los ojos. Y, quién sabe, insertarlo en la televisión internacional.

¿Qué puedo decir?


Constantini es un símbolo. Una irrealidad. Un golem. Constantini tiene el CI de Benni, la papada de Emeterio, los cachetes de Ballero, el pelo de Avello, el humor de Cruz Johnson, la oligofrenia del Turrón y el Flaco: tiene lo peor de todos. Claro que, sumando y restando, es el mejor. Al menos es el más puro.

Constatini es talento cero; 100% televisión. Tal vez por eso ganó por knock out. Él, el peor de todos, el mejor.

14.7.06

DOBLE VIDA



Entre los recortes de prensa que guardo de los últimos meses, figuran algunas noticias sobre el caso del descuartizado.

Prácticamente todas las informaciones apuntan en la misma dirección:

el heladero Martínez mató a Hans Pozo. O por lo menos lo mandó a matar. Y cuando iba a ser descubierto por la policía, prefirió pegarse un balazo antes que enfrentar las consecuencias de su crimen. Eso se dijo.

¿Se acuerdan de Hans Pozo, el descuartizado?

Fue tema nacional de conversación a lo menos un par de semanas. Entre que empezaron a aparecer los restos de Pozo dispersos en la zona sur de Santiago y el suicidio del heladero Martínez, pasaron doce días.Todos jugábamos a ser detectives.

¿Quién lo mató? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo se explica la sangre de Pozo en la heladería de Martínez, ubicada en el paradero 30 de Santa Rosa, y en su furgón? ¿Es verdad que Martínez dejó una carta de veinte carillas? ¿Llevaba doble vida el heladero Martínez? ¿Está comprobado que este esposo y padre de familia, pequeño empresario, jefe de inspectores de la Municipalidad de La Pintana, mantenía en forma secreta relaciones homosexuales pagadas con muchachos de la calle? ¿Estaba siendo extorsionado Martínez? ¿Pozo le cobraba dinero a Martínez, cada vez más dinero, para no contar aquellas verdades que lo incomodaban en sociedad?

El recurso de la extorsión en un mundo de apariencias es antiguo, si es que ésta fue la razón por la cual Martínez mató o mandó a matar a Hans Pozo.

Cuando una amiga me sugirió la eventual doble vida del heladero Martínez (una vida convencional, y la otra inconfesable a tal punto que acaba convirtiéndolo en asesino), pensé en la mejor historia de doble vida que leí alguna vez. La escribió el francés Emmanuel Carrere en su libro El adversario, y de esta historia ya se han hecho tres películas en Europa.

El adversario cuenta la vida de Jean-Claude Romand, un francés cuarentón casado, con dos hijos pequeños, que iba por la vida presumiendo ser médico de la Organización Mundial de la Salud y que quedó al descubierto en enero de 1993, cuando después de matar a sus padres, a su esposa, a sus dos hijos y hasta a su perro se toma un montón de pastillas somníferas con la idea de suicidarse. El plan sólo fracasa en la última parte: Romand sobrevive al intento de suicidio, y finalmente en el hospital y después en un largo juicio confiesa sus crímenes cuando el puzzle empieza a armarse y se hace evidente que la biografía que Romand se ha inventado frente a su familia y entre sus amigos no es más que una farsa.

Jean-Claude Romand decía que era médico, pero sus estudios de medicina los había interrumpido en el segundo año de universidad.

Romand aseguraba trabajar en la OMS, con sede en Ginebra, distante treinta o cuarenta kilómetros del pequeño pueblo francés donde vivía, Gex, y donde en una casa vecina también vivían sus padres. Lo que Romand hacía diariamente era irse a vagar en su auto lejos de Gex, y a veces quedarse horas aparcado en estacionamientos gratuitos dejando que transcurriera la jornada laboral. Incluso, a veces simulaba ir a congresos y conferencias para así permanecer varios días fuera de casa. En esos casos solía ocultarse en sex shops y casas de masaje de Ginebra.

Su doble vida la mantuvo casi intacta durante más de quince años, y lo más sorprendente es que nadie sospechó de él. Todo parecía natural.

Estas historias de doble vida parecen de ficción, pero son la vida real. Me ha tocado escuchar casos bien chilenos de padres de familia supuestamente ejemplares que cuando mueren gatillan el inevitable encuentro entre su familia titular y una familia que ha permanecido oculta, y que ahora llega a reclamar lo suyo o al menos a decir nosotros también existimos y también tenemos derecho a llorarlo.

Los casos más complejos suelen ser aquellos en los cuales hay herencias importantes: el móvil del dinero.
Romand vivía de los intereses generados por platas secretas que él ofrecía administrar en bancos suizos a distintas personas que le confiaban ahorros de toda una vida. Justamente la posibilidad de que su historia fuese descubierta por unos dineros que no tenía cómo devolver gatillan su decisión final, la locura extrema: matar a su entorno más cercano y matarse él también para no enfrentar la verdad de su biografía.