27.10.06

CARTA DE UN CARTERO



Estimado Don Jorge:

Agradezco su tribuna y con el fin de aprovechar el espacio, parto con franqueza: he botado cartas en el camino, no muchas, pero se me han ido quedando por calles y avenidas, entre las casas y edificios de Chile.

Lo reconozco, pero antes de enjuiciarme, deje que le explique. No sé qué habría hecho usted o cualquier persona en mi caso. Le voy a contar lo que yo hice.

Ingresé al servicio en septiembre de 1988 y a fines de ese mes partí a un recorrido por La Victoria, Lo Espejo y La Legua. La alforja iba más pesada que nunca. Correspondencia personal poca; la mayoría de las cartas eran propaganda por el "Sí" del plebiscito. Ahora tengo 41 y todavía estoy muy joven para irme finado. En ese tiempo tenía 24. ¿Qué habría hecho usted?

Voy a saltar hasta julio de 1997. Tiempo lluvioso. Mi destino: Puente Alto. Específicamente la Villa El Volcán, San José I y II. El reparto consistía en cuentas de luz, gas y teléfono para los habitantes de la Villa. ¿Va entendiendo la película? ¿Le digo el título? Casas Copeva. Ni Bob Esponja habría aguantado vivir en esas condiciones. Me acuerdo que en un departamento del primer piso toqué el timbre y se me fue el dedo en banda, pasé con timbre y todo para adentro. Figúrese el frío humor de esa gente. ¿Les habría entregado las cuentas de las contribuciones o las del agua? No tuve corazón.

Entre octubre y noviembre del 2005 estuve en varias partes. Después de años de lucha sindical, conseguimos que la empresa nos proporcionara un spray bloqueador solar, para protegernos en las largas caminatas. En La Dehesa, un rottweiler me tenía loco, pero con el bloqueador lo mantenía a raya: lo rociaba y se achunchaba.

Después a San Bernardo, Curicó y Cañete. Se me estaba haciendo muy pesado, porque de nuevo era época de elecciones, así que me deshice de la propaganda electoral de tres candidatos: Edgardo Riveros de la DC, Aníbal Pérez del PPD y Carlos Bombal de la UDI. No creo que les haya afectado.

En julio del presente año llegué a Talca. Carta de Francia para varios vecinos de la cuadra y la misma persona en el remitente: Madame Gilbertte van Erpe. Venía una abierta, la abrí, leí y cerré. Era de Madame Gil que les cobraba la última cuota a los estafados de los quesitos. ¿Y yo iba a ser el gil que les iba a pasar la cuenta? Jamás.

Volví a Santiago hace unas semanas, de nuevo a La Dehesa y salió un perro blanco de una casa. No le hice caso, le di la espalda y me lanza dos tarascones por detrás. Fueron a la mala y resulta que me quieren acusar de maltrato de animales. Imagínese, si el que está acostado de guata soy yo.

Lo bueno es que he tenido tiempo de escribir, porque en mi posición no puedo ver tele y quise enviar esta carta abierta para que los chilenos nos conozcan mejor.

¿Qué puedo decir? Dejé de repartir lo que le podía causar daño a la gente y con la propaganda electoral no tengo excusas, aunque fui justo, políticamente hablando.

¿En qué me equivoqué? En la calidad del bloqueador solar y la forma en que afectaba la piel y pigmentación de los rottweiler: nunca imaginé uno blanco.

Gracias por la comprensión.

Un cartero de Chile

20.10.06

¿ CóMO EVITAR LOS DUTY FREE ?


La rutina es siempre la misma. Te metes la mano a los bolsillos y te das cuenta de que sobran billetes y monedas. Es entonces cuando asalta la pregunta que desata la tan breve como intensa compulsión. ¿Qué diablos hago con esto?, dices, mientras miras dólares o euros. ¡Como si dólares y euros fueran papeles arrugados, simple basura que es necesario eliminar!

Es entonces, lo sabes, cuando comienzas a gastar. A comprar como si acabaras de llegar al mall perfecto. No me digan que no. Uno en un duty free se transforma en otra persona: un sofisticado consumidor que de un segundo a otro (vaya uno a saber por qué) necesita cigarros Montecristo, zapatos GeoX o whisky Glenmorangie. Das dos, tres pasos, de pronto te ves en un espejo y sientes que necesitas un bronceador mucho más potente, nuevos lentes para el sol. Nunca comes turrón, pero justo ahí te da por comer turrón. En casa con suerte comes paté La Preferida, pero de un segundo a otro te da con llevar paté al oporto.

Es que en los duty free, inevitablemente, terminas comportándote como si fueras jefe de adquisiciones del Ejército.

¿Necesitas lápices? Una caja de lápices.

¿Calzoncillos? Una caja de calzoncillos.

¿Y después qué?

Ni siquiera has terminado de desempacar cuando te das cuenta de que necesitarías el doble de amigos para acabar con la botella de Glenfiddich que compraste en el último viaje a Cancún. O que el cajón del escritorio está repleto de puros y puritos para los cuales necesitarías un par extra de pulmones.

Siempre me lo termino preguntando: ¿cómo diablos evitar los duty free? Claro que para qué también.

La única gente verdaderamente sofisticada que conozco es aquella que tiene mucho duty free en el cuerpo. No me digan que no: la gente viajada no es mejor ni peor, pero huele distinto. Vas, por ejemplo, a un viaje de negocios. Estás fuera tres, cuatro días. La agenda no te permitió hacer nada. Regresas. Aeropuerto de Santiago, aún duermes. Entonces viene el caldo de cabeza: ¡chuta, no le compré nada a mi mujer! Ah, bueno, no importa: para eso está Aldeasa y la súperhipermega tarjeta de crédito con puntos acumulables: mientras más compras, más viajas.

Son pocos los lugares donde puedes darte cuenta de si amas o no a alguien: los duty free lideran la lista.

¿Puedes recordarlo?

Una alarma suena en tu interior. Pero no le haces caso. Y, pese a que hueles el peligro, cinco segundos después estás comprando Amor, Amor de Cacharel. Total la gorda lo va a querer igual para la Pascua y aquí está más barato, piensas. Pero, está claro, ya sea que vienes llegando o te vas yendo, siempre estás medio dormido. No eres tú, es alguien, un ente con jetlag, pero igual dices: bueno, ya que estoy aquí, este otro perfume para la mamá, un cartón de cigarros para el primo, chocolates para la nana.

¿Qué hacer? ¿Qué no hacer?

Una querida amiga, muy viajada, tenía la siguiente costumbre: antes de viajar iba a Patronato o a algún supermercado y compraba todos los regalos antes de partir al aeropuerto. Podríamos decir que mi amiga se apertrechaba y bajo la cama acumulaba juguetes, licores, cremas, perfumes. Luego (fui testigo) pasaba como una asceta ante el duty free más seductor. Y después engañaba a todo el mundo obsequiándoles las cosas que había comprado en Santiago: todo más barato y, mejor aún, más racional.

Pese a que los duty free son todos iguales, en este mundo globalizado son lo único verdaderamente "internacional" que va quedando.

Crees que ahorras, pero no: sólo gastas.

Quieres deshacerte de las últimas monedas, pero vaya que suman los últimos peniques.

Pero están ahí: pulcros, bien iluminados, atrayentes, seductores. Igual no es menor que, a menos que quieras una polera Lacoste de quinientos dólares, en realidad no hay mucho que comprar.

¿Pero qué? ¿Qué hacer?

¿Cruzar Policía Internacional lo más cerca posible de la hora del embarque?

¿Dormirse antes de que pase la aeromoza?

¿Dejar de viajar?

A propósito: ¿vieron lo barato que están los relojes en el aeropuerto de Santiago?

6.10.06

CIRCO TIMOTEO: LOCAS POR EL BAILE


Años que no iba al circo. Y de pronto ahí estaba, a las nueve y media de la noche, en la nueva carpa que tiene Timoteo en Santa Rosa.

Unos minutos después, un formal animador - con brushing y chaqueta reflectante- daba inicio al show más demente y divertido que haya visto en años. Quienes conozcan el Circo Show Music Hall Timoteo sabrán de qué estoy hablando.

El show es simple: un cómico humorista (Timoteo), dos payasos, dos rubias bailarinas que parecen sacadas de un cómic, un niño que sube y baja cortinas reflectantes que están a punto de desarmarse, eso amén del espectáculo central - único en el mundo- a cargo de un ramillete de transformistas que, más allá del show drag, tipo "Priscilla, la reina del desierto", ofrecen gráciles rutinas gobernadas por un humor grotesco y divertido.

Era viernes y la función estaba a tablero vuelto con un variopinto público que incluía a niños y abuelitas de las comunas más humildes de la capital, aunque también gente bien; eso a juzgar por la abundancia de lujosos autos que se veían. Una cosa es cierta: en los ya más de 35 años de vida que tiene Timoteo, el circo se ha transformado en una leyenda que todos quieren conocer.

Veamos. Apagadas las luces, al ritmo de un hit de la fiebre de la era disco, los artistas salen a escena. Luego el destartalado escenario queda a cargo de una pareja de payasos bisexuales, que desarrollan una graciosa rutina. Enseguida hay un show de malabarismo, no muy distinto al que se podría ver en cualquier esquina de Santiago; claro que eso es sólo el intermedio para que acto seguido Judith emule a Liza Minelli. Y luego uno ríe con las gracias del mismísimo Timoteo, un señor, que por lo bajo debe tener sesenta años y que es el propietario del circo junto a René. Finalmente, todo es coronado con las gracias de un elefante rosado de al menos 120 kilos de peso, un sudado gordo transformista que termina siendo un atlético gimnasta.



El intermedio. Ahí está Gonzalo Cáceres, el real, quien trabaja todas las noches en Timoteo presentando la segunda parte del show: la rutina de transformistas. Me dice que varias veces los han tratado de invitar al extranjero, pero no han querido y que pronto "Wild On" los vendrá a grabar. Fin del intermedio.

Gonzalo Cáceres, con su largo abrigo, presenta a la Loca de la cartera; un transformista que agarra a carterazos a quien tenga ahí enfrente. Finalmente es el turno de Alexandra; la encargada de poner la nota de emoción a la noche. Eso porque luego de cantar, se saca la peluca mientras explica que un buen día su familia, que hasta entonces no sabía lo que él hacía, fue al circo a ver el show y que cuando descubrieron su talento, le dieron la bendición para que se consolidara como artista. Quién sabe.

Los circos van. Los circos vienen. De pronto están ahí. Después ya no. Puede, incluso, que asistas a una función pero, como todo es tan extraño, tal vez después no estés tan seguro de que fuiste.

No pocas desgracias, de hecho, han teñido de sangre el destino del Gran Circo Show Music Hall. Fue aquí, por cierto, donde murió Guadalupe del Carmen, la reina de las rancheras; una de las grandes artistas populares que hemos tenido en Chile. También, en pleno show, falleció Lala, delicada artista del trapecio que estrelló su cráneo contra el piso. Incluso, hace unos meses, un transformista murió en pleno show.

Curioso: hay espectáculos que no necesitan avisos ni publicidad para existir. Simplemente están ahí. La gente los conoce. Y el público va: espontáneamente, como si se tratara de una religión no declarada. A mí al menos me pasa eso. Probablemente nunca iré de nuevo, pero rayos que creo en Timoteo: un circo bizarro, loco, chistoso, esquizofrénico, simple y popular.

Quién sabe. Tal vez a ustedes también les guste: ya se fue septiembre. Pero tienen todo octubre para probar. Y basta con una noche.



2.10.06

VOLAR

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"Los ángeles pueden volar -escribió alguna vez Chesterton- porque se toman a sí mismos a la ligera".

Eso es humor puro. Del bueno. De ese que sí te hace volar. Volar despierto. Volar soñando.

Yo sueño mucho que vuelo.
Y debe haber varias explicaciones e interpretaciones a estos sueños.

¿Es que hay otra manera de soñar?

Y mientras trabajo a esta hora de locos, y ya ni veo, trato de escuchar el buen consejo de esos ángeles, no tomarse tan en serio.

Y volar.